Lectores amores.

domingo, 19 de mayo de 2013

CAPÍTULO 2.

Un coche con música a toda voz pasa bajo mi balcón y hace que despierte de golpe y sobresaltada por el susto. Caigo rendida en la silla de mimbre y me doy cuenta de lo mucho que me duele la espalda por culpa de la rara postura que tomé anoche. Me levanto, me coloco bien la ropa y me peino mirándome en el reflejo del cristal. Echo un vistazo a mi móvil para ver la hora que es y recuerdo que ya tenía que estar abajo, vestida y desayunada, lista para salir a celebrar el nuevo puesto de mi padre con los abuelos y tía Shelly.
Abro el armario con intención de pillar un vestido y unos tacones, ya que si estamos de celebración, iremos a un restaurante de esos caros. Pero al final cojo unos pantalones cortos de color rosa muy fuerte, con una camiseta blanca ajustada y unos tirantes azules muy parecidos a los de Louis Tomlinson, ese héroe que no sabe gritar "Superman" sin que le salga un gallo.
Lo que sí hago es cogerme unos tacones, de los que son bien altos, porque después de la comida voy a recorrerme toda la ciudad junto a Alicia y Nat y no pienso pasar desapercibida. Hoy es mi día.
Para aparentar que voy elegante, me pongo una americana negra y me la abrocho, de tal manera que solo se ven los pantalones rosas. En el pelo me hago una coleta alta, pero al tener tanto cabello me llega muy por debajo de la nuca.
"Tengo que hacerme mechas californianas, azules celestes." Pienso. Llevo muchos meses pensándolo, pero si me pegan por escuchar un tipo de música, imagínate si me pongo el pelo de colores.
 Me maquillo con base, gloss, rímel y un poco de sombra de ojos, y tras un emífero pensamiento de que no me gusta como voy, asiento al espejo y salgo de mi habitación.
Dirigiéndome al salón y con el móvil en la mano, les mando un WhatsApp a Alicia y a Nat diciéndoles que nos vemos en la estación de autobuses a las 15: 30. Una vez abajo, veo a mi madre y a mi padre ya preparados, y me miran con el rostro severo y extraño.
-¿Vas a venir?- Dice mi madre.
-Buenos días. Sí, voy a ir, y después de comer me voy con Nat y Alicia.
-Yo le dije que hiciera eso- Dice mi padre, un poco en mi defensa.
-Vale, pues vamos. Érika, quítate la coleta, no te queda bien.
Resoplo saliendo por la puerta, pero decido no darle importancia y pasar. Nos montamos en el coche y como siempre, la música me acompaña a través de los cascos, toda ordenada por cantantes en el móvil. Con los ojos cerrados toco la pantalla táctil y elijo a uno de ellos. Sale Cher Lloyd, y pienso "Perfecto" cuando sus alegres canciones retumban en mis oídos.
Como si de repente la sensibilidad que les abarcó anoche hubiese vuelto, mis padres empiezan a hablarme muy amables. Que vamos a ir a no se cuál restaurante, que tía Shelly tiene un regalo muy especial para mi, que los abuelos también me van a regalar algo...
Yo les sonrío falsamente, pero mientras mi cabeza canta todas las canciones de Cher, ignorándoles.
A ver, puede que esté mostrando un mal concepto sobre nosotros. No soy la típica adolescente rebelde, y ellos no son los típicos padres pijos. Puede que, a ratos, hagamos ese papel, pero en realidad solo son unos padres hasta arriba de trabajo, y yo les entiendo. Lo que me cabrea es que en las cosas importantes, ellos no hagan lo mismo conmigo. De ahí salen las constantes peleas y la falta de comunicación los unos con los otros. Muchas veces he pensado que quizás al irme, me echarían de menos, y al verles de nuevo todo sería más dulce y bonito. Sí, son muchas cosas la que corren por mi mente.
Mi madre, que conduce, aparca en uno de los parkings de la ciudad, y subimos las escaleras hacia el exterior. Dos calles más abajo está el restaurante al que vamos esta vez. No tenemos uno fijo, vamos cambiado cada vez que salimos por algo importante.
Aunque, si tengo que elegir un sitio donde siempre como bien, es en la panadería de mi abuela. Mi abuela española, Antonia, tiene una panadería, la más famosa de toda la ciudad. Ella misma, junto con unos cuantos empleados, hacen todos los pasteles y dulces que vende, absolutamente todos. Yo muchas veces me vengo a ayudarla, porque adoro el olor que impregna el local, la decoración con fotos de pasteles con casi tan buena pinta como los que hay en el mostrador, y las paredes rosas mezcladas con varios colores del mismo tono que elegí yo a juego con los colores de sus creaciones. Gracias a ella soy una excelente cocinera, pero solo de postres.
En el mismo local está su casa, bastante espaciosa, pero lo justo para ambos: mi abuelo y mi abuela. También me gusta ir allí para terminar de hacer alguna tarta o algún dulce  y dárselo a mi abuelo. Aunque me haya salido fatal, aunque esté quemada, aunque sea merecedora de vivir en la basura, él siempre se comerá media tarta o dulce y dirá "Está buenísimo, Érika" Mis abuelos españoles son amor, una pena que no pueda decir lo mismo sobre mis abuelos ingleses, ya que solo les conocí de pequeña y ni me acuerdo de cómo son.
La que sí forma parte de mi familia inglesa y conozco bien es a tía Shelly. Se vino poco después de mi madre, se divorció y se quedó aquí. No tiene hijos, y a veces se siente muy sola, por lo que es visita obligatoria a su casa (nadie me obliga, pero yo me siento así) cada vez que vengo a la ciudad.  Es una persona llena de vida, la equivalente a mi madre cuando estaba recién casada.
Allí están todos. Mi abuela Antonia, mi abuelo Amador y mi tía Shelly. En cuanto mi abuela me ve me da trescientos besos en la cara, dejándome pintalabios en las mejillas, y mi abuelo me abraza. Tía Shelly me da una gran bolsa con una cosa plana liada en papel de regalo dentro. Me da dos besos y pasamos al restaurante.
Hago una nota mental que dice "Cosas que echaré de menos: Alicia, Nat, abuelos, Shelly" antes de sentarme y coger la carta para pedir.
  El restaurante es de estos pijos y elegantes en los que hay que ponerse la servilleta en los muslos con educación y ni se te ocurra hablar con una pizca de comida en la boca. Desde luego, parece que no soy hija de mis padres, ¡yo con un McDonalds me conformo!
Tras muchas felicitaciones tanto para mi como para mi padre por su nuevo puesto, me dan sus correspondientes regalos. Mis abuelos me regalan la trilogía de Los Juegos del Hambre. Sí, adoro leer, y estos son mis tres libros favoritos, junto a unos cuantos de Federico Moccia. Aunque ya me los he leído, los quería para mi colección: Una gran estantería dentro del vestidor repleta de libros le da un toque mágico a mi  vida.
Mis padres me dicen que su regalo está en casa, así que Shelly me da el gran regalo plano y tengo que apartarme un poco de la mesa para cogerlo bien.
Arranco el papel de tal manera que lo primero que veo es un rostro. Un rostro lleno de recuerdos y de historias. Una persona que veré dentro de poco. Amy está ahí, en el regalo, fijando sus ojos en mi como si pudiera verme.
Sigo quitando papel y me veo a mi, sonriente, como siempre que he estado con ella. Las dos nos estamos abrazando mirando a la cámara, con la panadería de la abuela de fondo, acompañada de la ciudad. Los coches, la gente pasando, los edificios y un día soleado como el de hoy, por eso llevamos alegres y ligeras ropas en la foto. El regalo resulta ser un gran cuadro de nosotras dos. Miro a tía Shelly y con un nudo en la garganta, pronuncio un inaudible "gracias"
Consigo mantenerme firme y me trago el nudo mientras unos camareros guardan los regalos en una especie de sección para bolsos y chaquetas. Mi tía me coge las manos y me dice "Sabes que esa es la última foto que tenéis juntas, ¿verdad?" Y al acordarme de que tiene razón, aprieto sus manos en un mal intento por aguantar mis lágrimas.


La comida transcurre aburrida, con largas conversaciones entre mi familia en las que yo casi no participo. En ellas se habla de mi, la mayoría de las veces de forma tierna, pero en otras la vena odiosa de mis padres sale a la luz. No paran de decir que antes, cuando era pequeña, estaba siempre sonriente, era cariñosa con todos y llamaba la atención de la gente.
"Si, ahora llamo la atención de la gente y mira lo que pasa" Pienso, pero cierro la boca comiendo y dejo que se desahoguen de todas esas gilipolleces, como siempre.
Shelly se da cuenta e intenta que todo termine antes:
-¿Qué queréis de postre? ¡Perdone!- Dice, llamando al camarero y preguntando a la vez. Le lanzo una mirada que dice "gracias".
Como no he desayunado y la comida que hay aquí no me gusta, me pido un trozo de tarta de queso neoyorquina y hasta repito. Aunque claro está que las de mi abuela saben mejor.
Y por fin, se levantan de la mesa, piden la cuenta y salimos.
-¿A qué hora vas a volver?- Me pregunta mi madre.
-No lo sé, luego te llamo, ¿vale?- Hago el intento de escaparme de una vez por todas cuando mi padre me llama. Seguramente para decirme que me despida de todos cuando ya lo he hecho 3 veces.
-Érika, ven...
Su tono suena más serio de lo normal, así que espero frente a él pacientemente sus palabras.
-Mamá y yo no tenemos ningún regalo, porque se nos ha olvidado.
Me doy cuenta de que para de hablar para recibir mi reacción, pero me muestro totalmente inmóvil, ya que como siempre, me lo esperaba.
-Así que...toma, 50 euros para que te compres lo que quieras esta tarde, ¿vale?
-Vale- Los cojo con una sonrisa bien amplia y meto el billete en el bolso. Con estos, y más dinero que llevo encima, hoy voy a pasar una buena tarde. Me doy la vuelta para cruzar la calle, pero esta vez es la voz de mi madre la que me para.
-Y... lo sentimos.
-Ya lo sé, ale, adiós- Digo con inferencia. Más bien, con costumbre.

Y por fin, cruzo la calle y giro una de las esquinas. Me quito la americana, me suelto el pelo y me miro en el reflejo de un escaparate. Unas ondas mal definidas me caen en la espalda, y mis pocos reflejos rubios brillan con ganas. ¡Tengo 18 años y 50 euros y pico en el bolsillo, es hora de pasar el día!
En vez de coger el molesto autobús, con la gente "enlatada" y todo lo demás, pido un taxi. Aunque tengo dinero, no significa que pueda gastarlo como me de la gana, más bien, el dinero suele ser para ellos y una parte para Amy. Así que hoy Alicia, Nat y yo vamos a recorrernos la ciudad a base de caprichos y de compras, todo a cuenta del regalo de mis padres, presas del consumismo.
Llegamos a la estación de autobuses y bajo del taxi tras pagar al taxista. Me apoyo en la pared y espero a que vengan Alicia y Nat, aunque llego 10 minutos tarde. Las veo sentadas en el parque de en frente y corro hacia ellas cruzando un semáforo en rojo y con pitadas de varios coches.
-¡Me dais igual todos!- Les grito, y cuando me doy la vuelta las veo a las dos paralizadas ante mi.
-¿Qué cojones te ocurre?- Me pregunta Nat
-Que hoy vamos a ser libres, mucho. ¿Vale?
-Vale, pero ser libre no significa morir. Por cierto...
Se echan encima mía gritando "Felicidades" y dan varias vueltas conmigo entre sus brazos, llamando la atención de la gente que pasa por allí. Cuando por fin logro escaparme soy yo la que está atrapada por la emoción.
-¿Qué hacemos primero?- Pregunta Alicia.
-Mis padres me han regalado 50 euros para que me gaste lo que quiera. Eso, más lo que yo tengo de mis ahorros nos basta para comprar ropa.
-Yo no me he traído casi nada- Dice Nat, mirando su monedero.
-Ni yo, pensaba que íbamos a dar una vuelta...
-¿Qué parte de "nos basta" no pilláis?
-No vamos a dejar que nos compres nada...- Dice Alicia, cruzando sus brazos.
-En ese caso, lo haré yo.
Les digo "adiós" con la mano y salgo corriendo calle arriba, en busca de la tienda más cercana. Por desgracia para mi, esta calle  solo tiene restaurantes y cafés, así que me meto en otra y de paso, consigo despistarlas. Para mi sorpresa, aparecen por la esquina de en frente y me atrapan.
-Si es verdad que soy la amiga rica, ya es hora de demostrarlo, ¿no?- Les digo.
Al fin se dan por vencidas y entro en una tienda de ropa muy de vestir arreglada. Al ver que no hay nada interesante salgo y tras unos minutos andando entro en otra mucho más de nuestro estilo. En ella venden sudaderas, camisetas anchas, tacones de varias formas, shorts de colores... Nat coge unos shorts azules y los mira con deseo, con ganas de comprárselos. Mientras Alicia cae rendida ante una camiseta rosa con unas cuantas manchas que imitan pintura recién caída, se los prueba, y como esperaba, le quedan genial. Nat tiene un cuerpazo impresionante, de piernas finas y rectas y vientre plano. Lo vuelve a dejar en su sitio y Alicia hace lo mismo, sin parar de mirarme.
-¿No habéis encontrado nada?
-No, no me convence...
-Ni a mi...-Dice Alicia, mirando aún la camiseta.
-Ah, pues yo si voy a comprar algo.
Un poco confusas ven que no tengo nada para comprar, y cuando se van a mirar más cosas, cojo los pantalones y la camiseta y los pago antes de que me vean. Al salir se los enseño y me abrazan, sabiendo que al final iba a comprarlos.
En otra tienda yo me enamoro de una sudadera de "Cállate la boca", y en otra me decanto por unas Converses de un amarillo chillón muy fuerte. Justo al lado hay una Vans azules. Recuento el dinero y con un suspiro y el presentimiento de que me estoy pasando de la raya, me compro ambas cosas. Son mi marcas favoritas, y aunque mi familia tiene dinero solo he tenido unas Vans en toda mi vida, y tienen agujeros por todos los lados de tanto usarlas.
El fuerte calor veraniego que hace que la gente resople al subir las calles, se cojan el pelo en intentos de coletas bien hechas y que deseen derramarse en la cabeza el agua que se están bebiendo, a nosotras nos sienta de maravilla. Nos perdemos entre gente desconocida que va en un sentido porque un alegre bar está abierto, ponemos música en el móvil y bailamos como si nadie nos mirase con cara de "eh, mira, están gilipollas" al pasar por nuestro lado. Sonreímos a cada chico mono que vemos, y algunos hasta se atreven a hablarnos, pero cuando nos piden el número o nuestro nombre para agregarnos a Tuenti, damos uno falso. "22" de Taylor Swift empieza a sonar alegremente esta vez y Nat da un salto de felicidad, porque es una de sus canciones favoritas. Imitando los pasos de Taylor, le da con el brazo sin quererlo a un hombre ya entrado en años y no puede evitar descojonarse de la risa mientras le pide perdón.
-Niñas, a mi no me vengáis con cachondeos, ¡qué gente por dios!
Como si no hubiese hecho ese comentario, reímos más fuerte, pero a la vez aguantándonos las carcajadas mientras le vemos alejarse. Ahora suena "Magic", una de mis canciones favoritas de nuestros chicos. Los chicos por los que por una parte, nuestra día a día no está yendo como esperábamos, pero, por otra parte, los chicos sin los que podríamos seguir adelante. Algo tan extraño, tan inverosímil que el sentimiento parece ser para siempre, y las esperanzas de verles, aunque a veces se escondan, nunca se pierden.

Nos sentamos en la terraza de un bar y Alicia pide un helado grande de chocolate. Nat la imita, pero a mi no me apetece helado.
-Yo quiero churros.
-¿Churros? ¿En serio te apetecen churros a estas horas, con la calor que hace?
-¡Pues sí!
Llamo al camarero y apunta todo lo pedido sin rechistar. Menos mal que me he traído dinero por mi cuenta, si no fuera por eso ya me habría gastado los 50 euros solo en la primera compra.
Un suave viento agita nuestros cabellos y da un respiro a esta calurosa tarde, que nos ahoga ahora que hemos parado de movernos por todos lados. Hablamos de cosas, pero de todo, de temas distintos, pero de lo mismo. Lo que se suele hablar con las mejores amigas: de tonterías y de cosas estúpidas que te hacen reír hasta explotar por dentro. De recuerdos de hace unos años, de otros cumpleaños pasados juntas, de algún que otro mal recuerdo, de personas, de sentimientos...
De la vida, y de lo que nos queda por vivir.
Miro alrededor y me doy cuenta de que ésta es una terraza muy bonita. Las mesas relucen al sol porque son plateadas, la gente merienda feliz, pasando un buen rato, al igual que nosotras. Los camareros parecen animados y alegres de que el día se presente tan despejado, aunque sus trajes de trabajo den muchísima calor. Un toldo verde sobre nuestras cabezas y enganchado a tres grandes palos de metal nos protege del sol y hace que varios extranjeros de piel ya dañada por él no se quemen más.
Entonces lo veo. Un vestido azul, corto, veraniego como el día de hoy. Ceñido a la parte del pecho y con caída libre y vuelo en la parte de falda. Rezo para que esté ahí cuando salgamos de comer, y se me viene una idea genial a la cabeza.
-¿Queréis ir a Karma?
-¿Esta noche, dices?
Karma es la discoteca más famosa de la ciudad, y cómo es Sábado y verano, hoy estará hasta arriba.
-Claro, mis 18 se tienen que celebrar a lo grande.
-¿Pero qué vamos a ir, en vaqueros y camisetas que estamos? Allí va todo el mundo con vestidos, tacones y tal.
-¿Quién ha dicho que vais a ir así?
Las dos me miran con esos ojos otra vez. Esa mirada que dice "No me compres nada. O bueno, sí. O bueno, no, mejor no. Por favor, cómprame algo."
-Venga, vamos a por vestidos. Pero aquel es mío.- Digo, y señalo al escaparte.
-¡No es justo, yo lo había visto antes también!- Me grita Alicia, cogiéndome por la cintura para pararme.
-¡Es para quién llegue antes!
Pago a la velocidad de la luz los helados y los churros y salimos corriendo calle abajo, preguntándome cómo no me he matado corriendo con tacones.



Me pongo uno de los tacones nuevos que me he comprado y casi caigo al suelo arenoso del parque. Tras unas cuantas risas por parte de Alicia y Nat, me dispongo a ponerme el otro. En el espejo retrovisor del coche dónde estamos escondidas me peino el pelo con los dedos en un fatal intento de dejarlo más liso. Nat termina de abrocharse su falda nueva, de color rosa que casi reluce en la oscuridad. Alicia deja caer la manga de su nueva camiseta de tela finísima, que deja transparentar levemente su sujetador negro. No sé ni cómo la he convencido de ponerse eso. ¡Alicia, la buena de Alicia! Pero es que las tres hemos decidido que esta noche somos grandes, y somos nuevas. Así que, ¿ por qué no un vestido corto, una camiseta provocativa, unos tacones con los que no sabemos ni andar? ¿Por qué no sentirnos diosas esta noche?

Salimos de detrás del  coche levantando los malos pensamientos de los que por aquí pasan. Metemos a presión la ropa en el bolso de Nat, el más grande, pero por mucho que empujamos es imposible  Además, se nos ha olvidado el pequeño detalle de que no tenemos sitio dónde dejar las bolsas de las compras de hoy . De repente, Nat coge las tres camisetas, los tres pantalones, las bolsas y los zapatos y los tira detrás de un seto de mediana altura.
-¿Qué haces, gilipollas?- Le espeta Alicia, que va a por ellos. Nat le agarra el brazo y sale corriendo, arrastrándola con ella. Yo salgo detrás, sin saber muy bien como reaccionar.
-¡Seguro que de ahí no se mueven!- Se justifica ella.
Entramos en la discoteca y una canción de estas pesadas, de las que producen dolor de cabeza, rompe los tímpanos de toda la gente que está aquí metida. Beben, beben y beben, para olvidar, para divertirse, para relacionarse, para atreverse a ser quién siempre han querido ser a través de la locura, ¡yo que sé! El caso es que beben, y bailan, sí, bailan muchísimo, de todas las maneras posibles. Y se restriegan unos con otros, y comparten besos, caricias, roces y sudor...
Y nos atrapan, nos atrapan de tal manera que nos metemos en este mar de gente sin pensarlo dos veces, formando parte de la fiesta de este sábado por la noche. Nat nos coge las manos y nos las eleva en el aire, moviéndonos los brazos y dando empujones. Haciéndose notar entre toda la gente, sí señor. Yo inclino mi cabeza hacia atrás y grito, no sé ni lo que grito, pero son palabras estúpidas. Alicia grita conmigo, pero a ella si la oigo.
-¡Qué se jodan, coño, que somos felices!
Le sonrío, porque sé a quién se refiere, porque la veo tan diferente y tan feliz que yo también lo soy.
Alargando mi mano las abrazo a ambas y las tres giramos sobre nosotras mismas. La voz de Alicia suena ronca y entrecortada. Nat no habla, porque solo bebe y bebe.
-¡Nat, ya está bien, que tenemos que volver a casa!
-¡Yo no pienso volver, y vosotras tampoco!
-¿Qué dices? Ya estás delirando- Alicia se mea de la risa mientras suelta este comentario.
Y, sin querer, sin ni siquiera haberlo pensado, le cojo el vaso a Nat y le pego un gran trago que me deja sin aire. Nunca he bebido, nunca. Y ahora, de repente, quiero hacerlo. Quiero probar como sabe, quiero que esos efectos de risas,  recuerdos y  falsas promesas que se desvanecen en la mañana vengan a mi y me tomen. Así que, casi sin pensarlo, le digo a Nat que me pida algo.
-¿Qué te pido?
-Sorpréndeme. Pero no te pases.
Y al rato aparece con un vaso de yo que sé, el caso es que me lo bebo en cuestión de segundos y un leve mareo me sacude de pies a cabeza. Intento apaciguarlo bailando, ¡bailando! Si es que soy tonta. Alicia baila, pero no de manera normal. Se mueve, se contonea, sacude su cabeza y deja volar sus abundantes y largos rizos que se mezclan con las luces de colores del gran local. Nat se bebe su cuarto o quinto vaso, y al mirar el móvil descubro que son casi las 4 de la mañana y tengo 14 llamadas perdidas de mi madre. Demasiado para la primera noche de libertad, ¿no?
No sé qué se me pasa por la cabeza para que meta el móvil en mi bolsillo y siga bebiendo. Tras 4 o 5 vasos de...¿ de qué? Bueno, como iba diciendo, tras 4 o 5 vasos de algo, vuelvo a mirar el móvil. Mis padres parece ser que se han olvidado de mi, y solo han pasado 20 minutos. ¿Cómo he podido beber tanto en 20 minutos?
Salimos de allí con la cabeza aún en la pista, pero la mente fuera de la discoteca, queriendo descansar. Llamo a mi madre y como me esperaba, le da igual despertar a España entera con sus gritos. Alicia y Nat me miran preocupadas, pero yo sonrío.
-Vaya gritos, joder- Exclama Alicia en un susurro.
Yo me tapo la boca en un intento por no reírme. Está histérica, y debería importarme, debería estar disculpándome por no llamarla, por hacerles estar preocupados toda la noche, por haber desaparecido en todo el día y no haber dado señales de vida. Debería estar arrepentida y aceptar todo su enfado, y el de mi padre, que acaba de ponerse al teléfono. Pero, ¿sabes qué? Que ellos tendrían que pedirme perdón por tantas cosas, tantísimas cosas, que por una mala noche que voy a darles, no pasa absolutamente nada.
-¿Tu has visto la hora que es?- Siguen gritándome al teléfono- ¿Cómo piensas volver? ¿Eh? ¿Tenemos que ir a recogerte?
-No, porque vamos a dormir en un motel y volveremos mañana por la mañana.
-¡¡No, no y no, que no me fío, que ya voy alla!!
-¿Qué dices papá?
Ahora me estoy agobiando, porque Alicia y Nat me miran con cara de "¿un motel? ¿qué dices?" mientras sus padres le echan la bronca también. Yo voy corriendo al motel más cercano, y ellas me siguen despacio sabiendo a cuál me dirijo, porque está prácticamente al lado. Para que mi padre se quede más tranquilo, hago que el recepcionista del motel hable con él, le de el número de aquí y la dirección por si quiere venir a buscarnos, y le transmite tranquilidad. O al menos lo intenta. El recepcionista deja de reírse de la situación cuando tiene que repetir el proceso con los padres de Nat y Alicia, pero yo me empiezo a reír de nuevo, no sé si será por todo lo que he bebido, pero de mis labios salen infinitas carcajadas por la situación.
Cuando por fin cuelgan, el recepcionista, llamado Carlos, resopla y nos mira. Yo empiezo a hablar, y se nota que voy fatal porque le cuento media vida. Desde lo de que debí haber nacido en Londres, el bullying, y todo lo demás, hasta el día de hoy.
-...pero que vamos, que me voy a ir a Londres, con Amy, ¡y no me van a ver el pelo! Si, ya ves, me odian, tampoco les importo mucho...
Al principio, Carlos me dijo que parase de hablar y que fuese arriba a dormir junto a mis amigas. Pero tras un "calla, que no he terminado" muy borde por mi parte, he conseguido que se quede totalmente absorto en la historia de mi vida. Cuando finalmente le digo "Ala, ya he terminado" noto que se queda con ganas de más.
-Vaya... Pues lo siento muchísimo, no te conozco, pero seguro que no te mereces haber pasado por todo eso.
-No, nadie se lo merece.
-Exacto. Chica, veo que estás mucho mejor que hace un rato. Has bebido mucho, ¿eh?
-Demasiado, creo. Por todos esos Sábados encerrada en mi habitación...
El chico de unos 30 años me sonríe mientras acepta que le pague lo que queda de noche. Son las 5 y media de la mañana. Nat y Alicia se han subido hace un rato a dormir a la habitación al ver que no podían hacerme callar hasta que relatase mi vida entera, así que Carlos me da la mano y me acompaña despacio escaleras arriba hacia la habitación número 7.
-¡Mierda, mierda, mierda!- Grito de repente, al acordarme de todas nuestras pertenencias detrás del arbusto.
-¿Qué pasa?- Me pregunta él.
-Ahora vengo, ¿vale?- Le digo, y salgo corriendo descalza, ya que hace un rato que me he quitado los tacones. Carlos ya se da por vencido y me deja ir, echándose las manos a la cabeza.


La noche aún reina, pero soy consciente de que por pocas horas. Un frío demasiado intenso hace que se me erice el vello de los brazos y que intente darme calor a mi misma a través de mi aliento en mis manos. Las calles se me hacen largas y todo el mareo que debía haber pasado hace rato vuelve, pero no muy fuerte. Aún veo las cosas claras y sé por dónde ando.
Al pasar por la discoteca veo que está cerrando, y mucha gente sale de allí. Casi todos van como yo o peor, mucho peor, vomitando por las esquinas, con los móviles quemados de llamadas de padres preocupados, novios que llevan a sus novias en brazos, novias que arrastran a sus novios hacia una calle más apartada... La noche se ha acabo en el local, pero no en cada uno de nosotros.
No sé si es por el mareo, pero veo caras conocidas. Y aparte de eso, son caras indeseables.
 Manos que me han dejado cicatrices en mí, piernas que me han pegado patadas en las esquinas de mi pueblo.
-¿El gordo? ¿Ese es el gordo?- Susurro para mis adentros, con miedo de que hasta el viento me oiga.
El gordo es el mote de uno de los chicos que a lo largo de mi vida me han hecho sufrir. Claro está que no es el líder, ni el único, pero si uno de ellos. Segundos después salen más chicos, todos cómplices y participantes de la asquerosa vida que tenemos Alicia, Nat y yo. Entonces quiero morir, desaparecer detrás del seto como todo lo demás, matarme antes de que ellos lo hagan.
Y entonces, veo que cruzan la calle, hacia el parque, hacia donde estoy yo. Es hora de moverse rápido, así que corro hacia el arbusto presa de la preocupación de que las cosas ya no estén. Menos mal que allí está todo, así que lo cojo y hago como que no les he visto, poniendo mi larga melena sobre mi rostro para que no me vean.

"¡Hostia puta, la pava, eh, mirad, allí, la pava! Cuche la guarra, qué gilipollas. ¡Eh, so puta!"

Los gritos de todos ellos se oyen cada vez más cercanos. En cuestión de segundos unos grandes brazos me tiran al suelo y varios pies intentan acabar en mi cara.
-¿Dónde están los maricones esos, eh? ¿Dónde? ¿Vas a venir a por ti los "Uan daireshion"?- Me dice uno de ellos, haciendo que me den arcadas su apestoso olor de varias bebidas mezcladas.
-¿En serio lleváis todos estos años pegándonos por lo mismo?- Me atrevo a espetarle con las pocas fuerzas que me quedan.
-¡Cállate gilipollas, que solo eres una pava gritona de esas!-Dice otra voz algo más lejana. Una vez en el suelo, se disponen a empezar la guerra...

Y ya sé que el alcohol hace locuras, y ellos están dispuestos a hacerme de todo.
-¡¡Eh, vosotros, gilipollas de mierda, dejadla en paz o llamo a la policía!!- Una voz masculina sale en mi defensa. Intento abrir los ojos para ver quién es, pero no puedo. El miedo me ha dejado ciega. ¿Nunca voy a acostumbrarme a este dolor?
Intento ponerme de pie y salir corriendo, pero mis pies tropiezan y me desmayo, cayendo sobre los brazos de alguien antes de no poder recordar nada.



"-¿Estás bien?
-No. ¿Para qué te voy a mentir? ¿Para qué voy a mirar al suelo diciéndote un estúpido "sí" con la sonrisa y el alma rota? No lo estoy para nada. No me muestro ante los demás por miedo a morir por dentro por culpa de sus palabras, que en realidad son bombas que me destrozan. No puedo mirar al frente porque al hacerlo les veo. Todos ellos, ahí, a mi alrededor, insultando lo que me gusta sabiendo que es como si todas esas muestras de desprecio fuesen para mi. Me sentí acorralada, me sentí derrotada. Mis pasos eran firmes, rectos y rápidos, pero mis piernas temblaban. Incaba las uñas en mis propias manos y cerraba los ojos intentando evadirme de aquella triste realidad, pero no pude. Sentía sus ganas de hundirme, de hacerme daño, de provocarme las más grandes y saladas lágrimas que queman mis mejillas rojas... Pero sobretodo sentía sus cuerpos moviéndose en la oscuridad de mis ojos cerrados, queriendo hacerme caer, y sus voces en mis oídos, golpeando mi cabeza con fuerza.
No puedo ser quien soy porque volverían a atacarme.
No puedo decir las muchas palabras que en mi boca aguardan porque el veneno de las suyas me mataría.
No puedo sentirme libre, porque sus presencias vuelven a atraparme.
No puedo mantenerme fuerte, pero lo haré. Por mi y por todos los que cada día quieren desaparecer. Puta sociedad."

domingo, 7 de abril de 2013

CAPÍTULO 1.

Mi madre estuvo cuidando a Liam casi toda su infancia y parte de su adolescencia. Cuando el famoso cantante de One Direction solo era un niño enfermo y débil que sufría buylling, mi madre era su médica. Cuando creció, a pesar de tener uno de sus riñones mal, dejó de ver a mi madre a petición suya, porque según ella ya no hacía falta seguir con el tratamiento y demás cosas que hacían. Así fue como Liam se fue alejando de mi madre al no tener que visitarla más y solo conserva este papel.
-Aunque no era la única que se encargaba de Liam, le tomé un cariño especial a ese niño. Después, entre una cosa y otra, nos alejamos.
Me enteré de que mi madre tuvo como paciente a Liam cuando llevaba unos 11 meses siendo Directioner. Les había hablado a mis padres de ellos, les pedí ir al concierto ( aunque al final me quedé sin entradas) y de vez en cuando tarareaban las canciones de oírlas tantas veces, pero al decir sus nombres, mi madre nunca dijo nada al oír "Liam". Hasta que una mañana, desayunando todos juntos, en las noticias se anunció su nuevo disco.
-El famoso grupo británico-irlandés- Empezó a decir el presentador- ha sacado su nuevo disco Take Me Home, que ha provocado enormes colas de fans en los puntos de venta. Harry Styles, Zayn Malik, Liam Payne, Niall Horan y Louis Tomlinson están haciéndose un gran hueco en el panorama adolescente...
Yo estaba viendo la tele, sonriendo silenciosamente, incapaz de saltar de alegría al verles como siempre hacía, ya que el gran sueño que me abarcaba mientras tomaba despacio mi vaso de leche me lo impedía. Mi madre, de repente, levantó la mirada y me dijo muy firme:
-¿Ha dicho Liam Payne?
-Sí- Le contesté, extrañada.
-¿Cuál es el nombre completo de ese chico?
-Liam James Payne Smith.
Mi madre se tomó una pausa antes de abrir sus ojos azules por completo. De ahí vienen los de Amy, aunque no sé si es porque le tengo mucho cariño, pero los de mi hermana me parecen únicos. 
-¡Ese chico ha sido paciente mío!
Agradezco mucho que aquella fuese una mañana de Sábado, que no tuviese que irme al instituto. Por eso, mi madre y yo pasamos las siguientes 5 horas hablando de Liam. Me lo contó todo con detalles, incluyendo anécdotas que me hicieron pensar que Liam fue el niño  más adorable del mundo. Pero sobretodo recalcó lo mal que lo pasó, que casi se muere al nacer, que estuvo dos minutos sin respirar nada más que salir del parto, y después todos esos años de buylling...
Miles de formas de conocer a Liam y a los demás se pasaron por mi cabeza, y cuando fui a enumerarlas de una en una, mi madre me arrebató toda la imaginación.
-El número que me dieron tuve que anularlo. Era de su madre y se cambiaron de casa por yo qué sé, el caso es que me dieron otro y al final ese me pidieron que lo borrara.
-¿Por qué?- Pregunté, apenada por que aún veía la gran oportunidad.
-Porque cuando se hizo famoso, me dieron otro número que solo coge un hombre, que será el manager o alguien así. Si llamas a Liam te lo coge ese hombre, y si Liam llama en realidad quien lo hace es ese hombre.
-¿Y la dirección?
-Esa es la dirección de su casa en Londres, la que según tu, tiene en común con los demás chicos. Érika, olvídate, si volviera a ver a Liam sería porque se encontraría mal, fatal, y tu no quieres que pase eso, ¿verdad?
Dije que no con la cabeza, aterrorizada por la idea de que uno de mis ídolos y héroes volviera a los malos tiempos que cubren su pasado. 
-¿Nunca sospechaste que Liam era el mismo que llevo nombrándote 11 meses?
-Yo no me fijo en esas cosas- Contestó, bajando su mirada a las manos, que cogían el café con fuerza.
-En realidad es porque nunca me escuchas.- Dije, y me levanté casi corriendo, esperando una gran bronca, o muchos reproches llegando a la vez para justificarse. Pero no dijo nada, porque aceptó que tenía razón.

Aquel día pasé dos horas más de mi tiempo llorando por dos razones. Una  fue haber tenido al fin un tema en común para hablar con mi madre, con la que mi comunicación es escasa. La otra que me sentí Liam Payne. No por lo de las enfermedades, y espero que nunca, sino por el acoso. En aquel día llevaba unos 4 meses así y aún no sabía tomar el control de la situación cuando se presentaba. 
Alicia, Nat y yo sufrimos buylling desde hace 4 años  por el simple hecho de que somos Directioners.  Todo empezó psicológicamente, pero llegó una vez en la que 3 chicos de rostro desconocido dejaron el brazo morado a Nat una noche que volvía a su casa con varias pizzas del restaurante de la esquina. Aquella noche fue como la salida de una carrera que no tiene fin, en la que ni se sabe la meta. ¿Qué pretenden? ¿Que dejemos de ser Directioners? ¿ Que no hablemos de ellos?
Tendrían que matarnos para que dejásemos de hacer eso. ¡Son nuestros gustos, solo pedimos respeto!
One Direction no se conocían en el pueblo cuando yo les descubrí en You Tube. Unos 3 meses después, ya todos lo sabían y los insultos hacia ellos empezaron. Aún recuerdo la primera batalla, a principio de 3º de ESO. 2 chicos hablaban y sabiendo que yo y Nat estábamos escuchando ( Alicia está en otra clase) les dijeron absolutamente de todo. Al 5º o 6º insulto, Nat no pudo más.
-¿Os han hecho algo? ¿Eh? ¡Dejadles en paz!
Ese comentario me encendió y salí en su defensa también. La cosa acabó en pelea, aún sin golpes. Hasta aquella noche, dónde el contacto físico se hizo un hueco en nuestras vidas. A veces son  varios chicos,  conocidos y  no, nos buscan de vez en cuando los fines de semana por la noche y nos dejan cicatrices que con el tiempo se van de la piel, pero nunca de la mente.
Nuestras familias lo saben, y las denuncias van y vienen, pero siempre queda alguien que vuelve a atacar.
4 años de tortura. Y no exagero para nada. Yo pensaba que estos casos solo se daban en los pequeños sitios de Estados Unidos, dónde de vez en cuando sale algún suicidio o hasta algún asesinato. Esto me ha enseñado que los humanos somos todos iguales, dando igual la procedencia.
 A veces damos mucho asco.
Alicia y yo nunca hemos pensando en suicidarnos, pero Nat sí. Un día vino llorando a mi casa y me enseñó su muñeca ensangrentada. Desinfecté la herida, la vendé y llame a Alicia para que hablásemos las tres. Tras un discurso desde nuestra propia experiencia, hizo la promesa de no volver a coger nada cortante para eso, y nos hizo prometerlo a nosotras también.
-Nunca he pensado en hacerlo- Dije, al ver lo empeñada que estaba en que jurásemos que no íbamos a cortarnos nunca.
-Sentí la necesidad de un sueño profundo y largo, para no ver la realidad- Me contestó, mirándome a los ojos y cogiéndome las manos, que permanecían aún frías de susto. Se me heló la sangre. Me sentí culpable, porque yo solía decir que me gusta dormir porque es una vía de escape, una forma de evadirse de todo. Pero nunca me referí a la muerte.
Sollozando abracé a Nat y le di un beso en la frente, susurrándole palabras incompletas.




Voy a la cocina y me bebo un vaso de Coca Cola fría que entra estupendamente en mi cuerpo. Mientras lo friego se oyen unas llaves y vuelvo a llamar a mis padres extrañada.
-Soy yo- Dice mi padre, con su voz ronca y cálida.
-¿Qué haces aquí?
-Se me ha olvidado echarme algo  para comer y no tengo dinero suficiente.
-¿Te hago algo de co..?
-No, cojo mi bocadillo y me voy. 
Y así lo hace, dejándome con la palabra en la boca y haciendo que la ilusión de hacerle algo de comer a mi padre y sentarme con él a hablar se desvanezca. A veces creo que es mucho mejor así por varias razones, entre ellas ser más independiente para cuando me vaya.
Esa es la mejor solución, alejarme de esta gente, empezar de 0, volver a estar junto a Amy...Llevo queriendo irme toda mi vida y ahora que tengo la oportunidad solo un miedo puede llegar a vencerme: dejar a Alicia y a Nat aquí solas. Entre las tres nos defendemos, y si falta alguna es como que... no estamos completas. Pero si me voy, haré todo lo posible por llevármelas conmigo. Es una promesa que le he hecho a ellas dos y a las fotos de mi cuarto, las 105 fotos que me esperan para estudiar como cada tarde.

Mi cuarto es un sueño en forma de habitación. A veces me da la sensación de que Alicia y Nat han pasado más horas aquí que yo misma. Las paredes son azul cielo, mi color favorito, y los muebles de madera blanca. Una cama en la que caben dos personas con sábanas veraniegas naranjas, varios cojines con fotos de One Direction y otros artistas en ella, un gran armario rosa pálido que por dentro se convierte en vestidor con una pequeña ventana a la calle, una mesita de noche junto a la cama que se pliega para no ocupar espacio, un escritorio bien amplio para todos mis apuntes, luces de colores colgando en el techo con formas irregulares que por la noche se iluminan acompañándome en los sueños y las dos cosas que más me gustan: las 105 fotos, las más grandes pegadas en el techo, y el balcón, amplio, con tres sillas, tres cojines y una mesa donde Alicia, Nat y yo hemos pasado horas que juntas podrían ser años.
-¿Érika?- Me llama mi madre, que ha llegado de trabajar.
Salgo de, en mi opinión, la mejor habitación de la casa para saludarla.
-Hola mamá.
-Mañana, después de comer, no hagas planes- Dice, colocando sus cosas en el despacho.
-¿Por qué?
-Nos vamos a pasar el día a la ciudad, con los abuelos y la tía Shelly.
-¿Todo el día?
-Claro, comemos por allí y tal.
-Pensaba pasar la mañana con vosotros y la tarde con Alicia y Nat.
-¡Te dije que íbamos a celebrar el nuevo puesto de tu padre!
-¡Mamá!- Le grito, saltando levemente en el suelo y poniendo los puños contra mi pecho.
-¡¿Qué!?- Dice, muy cabreada. Le pone de los nervios que salte como si fuese una niña pequeña.
-¡Mañana es mi cumpleaños!
Un silencio espeso se forma en los finos y rosas labios de mi madre, casi tanto como el olvido.
-Se me había olvidado.
-¿Ah, sí?- Le digo, aún en tono cortante. Me doy la vuelta y vuelvo a cruzar el pasillo dirección a mi cuarto, asegurándome de que el portazo suene bien fuerte.
Siempre igual, ocupados de lo suyo. A veces me da la sensación de que lo de tener hijos solo fue un capricho, algo para quitarse la curiosidad. Según Amy, su infancia fue excelente, pero conforme fue creciendo todo pasó, el trabajo los cogió por completo y cuando nací yo... No eran los mismos.
Pongo música y una de Little Mix suena. "Stereo Soldier", intentando animarme un poco en este día soleado que ya se acaba. Las últimas luces naranjas entran por el balcón, reflejándose en las cortinas blancas. Salgo al exterior y respiro profundamente mirando cómo el sol de oculta con pasos lentos.
La puerta de mi habitación suena y yo me sobresalto. Al apartar las cortinas veo a mi padre, que entra, me sonríe y se sienta en la cama.
-Hola- Le digo, y me siento con él.
Mi padre es la versión masculina de mi físico. Pelo negro ondulado, bastante abundante, piel blanca y ojos marrones muy oscuros. Bajito para ser un hombre y delgado. Aparenta menos edad de la que tiene. Siempre ha sido más cariñoso que mi madre, pero no con mucha diferencia.
-Mañana saldremos a comer y luego por la tarde puedes irte con Alicia y Nat.
-Lo sé- Digo, dándole a entender que de todas formas iba a irme. Por algo voy a cumplir 18.
-¿Qué te gustaría que te regalásemos?- Dice, pasándome su brazo por mi hombro.
Yo sonrío y contesto antes de que termine la pregunta.
-¡El billete a Londres! Aunque eso ya me lo compraré yo, no te preocupes.
-¿Cómo?
-Papá, lo que os dije.
Mi padre levanta la mirada al techo y con cara de concentración, hace el intento por recordar cuándo le dije tal cosa, lo de irme a Londres. Cómo ya me esperaba, mueve la cabeza diciendo "no", decepcionado consigo mismo.
-Lo sabía- Digo, recalcando el dolor de que me ignoren- ¿Quieres que te lo cuente ahora?
-Claro, dime.
-Bueno, como ya sabes, estoy muy harta de esta mierda de sitio- Utilizo palabras claras y sinceras- Así que quiero irme con Amy a Londres y estudiar allí en vez de quedarme en la universidad de aquí.
Mi padre sonríe al suelo y ya solo con eso sé que  piensa que estoy bromeando o que son planes lejanos. Después baja su brazo de mi hombro y se lo acaricia suavemente, ya que le duele por los largos minutos ahí.
-¿En serio?
-Pues claro.
-¿Has hablado con Amy?
-No. ¿Crees que hace falta? Aun así, lo haré.
-No es buena idea, Érika. Llevas aquí toda tu vida, ya tenemos la universidad y los papeles medio listos.
-Como si fuera eso un problema.
-En parte lo es. Creo que deberías centrarte más en lo que vas a hacer. Vas a la universidad, a estudiar y a sacarte tu carrera para poder trabajar y tener un buen futuro...Creo que este es el lugar ideal para hacerlo, un pueblo tranquilo y...
No le dejo terminar de hablar cuando resoplo y él corta su discurso. De sobra sabía que iban a haber muchas pegas por su parte.
-Que el pueblo sea tranquilo no es excusa.
-Ya, ya, pero hay más. No estamos en nuestro mejor momento económico, y aunque tenemos mucho dinero no podríamos pagarte la universidad allí, contando con que también le enviamos dinero a Amy.
-Yo viviré bien trabajando en mis ratos libres. De lo que sea. Solo tendríais que pagarme la universidad.
A pesar de que mis palabras suenan normales, hasta tranquilizadoras para darle la noticia de que me pienso ir, mi padre muestra en su rostro claras señales de que se está enfadando.
-¿Y cuando te piensas ir?
-Para dentro de un mes o así, ya se habrá acabado el curso y tal.
-Ya, claro.
Ese "Ya claro" me suena a burla. A que él no piensa dejarme ir, y lo muestra con tonos irónicos y miradas de superioridad.
-Voy a tener 18 años, así que no tengo por qué pedirte permiso- Digo, despacio porque no quiero pelea. Pero lo digo, porque si él quiere guerra, yo se la doy.
-Eso a mi me da igual. Podrás tener 18, pero no tienes dinero para la universidad y te la tengo que pagar yo.
-¿Me estás diciendo que si yo me fuese a Londres, no me pagarías la universidad?
-No, te estoy diciendo  que no vas a Londres.
-Sí voy.
-Pues no pienso pagarte nada.- La elevación del tono de voz indica que claramente, la guerra está presente en nuestras palabras.
-¡Pues no lo hagas!
Sin decir nada, se levanta y sale de mi habitación a paso rápido. Yo vuelvo al balcón y abro el ordenador. Llevo un mes y pico comparando páginas de vuelos y al fin, la semana pasada, encontré el más barato desde  Madrid. El problema es cómo iría a Madrid, pero eso ya lo solucionaría. Para darme fuerzas, hago "clik" en el link de la página y me quedo mirándola. Hasta le sonrío, porque sé que pronto ese billete será mío.
Pasados 23 minutos, la voz de mi madre, más grave de lo normal, me llama. Como sé que ahora vienen una seria de estupideces y de malas historias para no dejarme ir a Londres, respiro y me doy fuerzas a mi misma.
Cruzo la puerta de la cocina, dónde se encuentran ambos, y espero a que empiecen.
-No vas a ir a Londres- Dice mi madre, moviendo la cabeza frenéticamente y con el cigarro desprendiendo ceniza en el suelo.
"Controla los nervios", me dan ganas de decirle, pero en realidad la que debe hacerlo soy yo, ya que mis uñas están incadas sobre la palma de mi mano.
-¿Por qué?- Le contesto, intentando mantener la compostura.
-¡Porque no podemos permitirnos pagarte la universidad allí!
-¿Y a Amy por qué le dejasteis irse? ¿Eh?- Digo, lamentando meterla en la pelea.
-Porque con ella si pudimos, pero sabes que la situación económica actual no está bien y no podemos teneros a las dos allí. Además, ella tenía asegurado el trabajo como bailarina, pero, ¿y tú, que vas a hacer?- Me contesta mi padre, no con el toque nervioso de mi madre, pero si con voz firme y enfadada. Y no hablemos del desprecio que contienen hablando de que no tengo ningún talento para ganarme la vida.
-Eso no es excusa. Yo trabajaré en lo que sea y viviré con Amy, no tendréis que mantenerme. Solo pagarme la universidad.
-¡Pero que no te vas!- Mi madre se levanta de la silla y grita lo suficientemente fuerte como para que España entera la oiga- ¡18 años recién cumplidos! No vas a saber moverte, y encontrar trabajo está muy difícil. ¡Que no te vas, coño!
-¡Ya he dicho que solo tenéis que pagarme la universidad! ¿Y eso de que no sé moverme? ¡Pues aprendo!
-¡Érika!- Grita mi padre, con voz potente y profunda.- ¡No te vas a Londres hasta que nosotros te lo digamos, me cago en la puta, deja de contestarnos! ¡Y no pienso pagarte la universidad allí, no me da la gana! Y si no te la pago, no sé a qué coño te vas a dedicar, ni qué serás en el futuro. Así que, piensa si quieres irte o no.
Cierro los ojos y respiro con la cabeza mirando al suelo. Ambos están de los nervios, buscando en sus mentes unos argumentos que no sean "no hay dinero" y "aquello no es para ti". Lo único que les pasa es que me ven muy débil e indefensa para una ciudad tan grande, por eso no saben qué más decir para impedirme comprar el billete.

Ellos no me ven viviendo allí, pero no se dan cuenta de que yo nunca me he visto haciéndolo aquí.

-Que no te vas a Londres, y ya está. Concluye mi madre, al ver que no puede decir otra cosa.
Una impotencia increíble me atrapa y deja mi cuerpo inmóvil y mi mente llena de pensamientos futuros que al pasar se destruyen. Todos mis sueños y todos mis planes en el fondo de un pozo, enterrados, encerrados bajo llave, inexistentes...
Doy media vuelta tras un "buenas noches" de mala gana y sin ni siquiera mirarles. Lo que sí miro es el reloj con intención de informarme de la hora, pero lo que me dice es otra cosa: Son las 00:09. Oficialmente, tengo 18 años.
Esto me da fuerzas, las suficientes como para darme cuenta por lo que lucho, y como para volver a cruzar la puerta y mirarles directamente a los ojos increíblemente preciosos pero llenos de furia de mi madre y nada expresivos y oscuros ojos de mi padre.
Pasan dos segundos de tenso silencio antes de que diga, como si fuese una victoria:
-Tengo 18 años.
Los dos miran el reloj y asienten.
-Felicidades- Dice con desgana mi padre, que continúa preparándose la cena- ¿Y?
-Que me voy a Londres.
-¡Que no, coño!- Otra vez, mi madre da rienda suelta a sus odiosos nervios.
-Soy mayor de edad y puedo tomar mis propias decisiones, y he decidido seguir mi vida y estudios en Londres. Si no queréis ayudarme con la universidad, de acuerdo, esa es vuestra- recalco la palabra "vuestra" con el tono de voz- decisión.- De repente, toda la educación y diplomacia de mi discurso se esfuma- Solo quiero salir de este sitio de mierda donde me pegan por mi forma de ser y seguir mis sueños junto a Amy en la ciudad a la que pertenezco. Pensé que un padre que en su día lo hizo y una madre que también viajó lejos recién casada iban a entenderme, pero una vez más, no. Ah, y gracias por hacer que empiece un nuevo día, encima el de mi cumpleaños, llorando. Lo habéis conseguido de nuevo, enhorabuena.
Un ápice de cariño que entra en ellos con mis últimas frases les toca la fibra sensible y me llaman con un poco de amor en la voz. Quizás quieren pedirme perdón, quizás pidan un poco de tiempo para pensárselo, quizás quieran ser comprensivos conmigo...

Pero ya han tenido 18 años para hacerlo.

Camino el largo pasillo, subo las escaleras con grande trotes y me encierro en la habitación ignorando sus gritos de súplica. "Ven, vamos a hablar" "Érika, por favor, escúchanos"
Al entrar me apoyo en la puerta y me aparto el pelo con ambas manos, ya que me agobia.  En realidad todo me molesta, necesito aire, respirar hondo, aclarar ideas.
Una suave brisa nocturna entra por el balcón, acompañada por la luz de la luna. Salgo y apoyada en el gran barrote negro, cierro los ojos. La libertad me llama.
Me doy la vuelta y veo en una de las sillas de mimbre el portátil encendido con la página del vuelo esperándome. La tentación me puede, y las ansias de tomar mi propio camino hacen que con él en mis manos, esté dispuesta a hacer "click" en "comprar". Llevo queriendo hacer esto tantos años...

Pero no. Una vez más, no. Mi móvil me despista sonando con "Teasure" de Bruno Mars a toda voz. Es Alicia, así que lo cojo enseguida.
-¡FELICIDADEEEEES!- Se oye, y su gran grito me tapona el oído. Sonrío mirando la pantalla del ordenador mientras le hablo. La quiero mucho, demasiado. A ella y a Nat, por eso sé que lo más difícil será vencer la distancia. Aunque hemos vencido cosas peores.
Por eso decido tomarme las cosas con más calma. Necesito una buena despedida con ellas, así que cierro la página de los vuelos y me siento en la silla de mimbre a hablar con Alicia. En Twitter, Nat me está mandando tweets desde hace un rato. "FELICIDADES,  QUE YA SON 18, JODER, 18." Y comentarios así, llenos de alegría, la cualidad principal de Nat.

Un rato después, mis ojos se cierran definitivamente para pasar una larga noche de verano llena de sueños.

viernes, 8 de marzo de 2013

INTRODUCCIÓN.

La clase del viernes a última hora siempre es una locura en forma de gritos, malas palabras, risas, golpes y ansias de salir por ser la víspera del fin de semana. Los alumnos van de un lado para otro, se sientan en las mesas a charlar con sus amigos, comen sin esperar a llegar a casa donde sus familias les tendrán un buen plato de comida, pintan en la pizarra e intentan chantajear a la profesora para que les suba la nota en algún examen.
El timbre, por fin, retumba en  el edificio, incluyendo esta clase. Todos se apresuran a coger sus mochilas y a atrancar la puerta para después, entre codazos y patadas, ir a la calle con gritos de libertad. Ya solo quedamos las 3 o 4 personas que nunca tienen prisa por irse, la profesora, Natalia y yo.
Cuando esas personas se han ido, ella, la profesora, nos mira mientras Natalia y yo borramos la pizarra, como cada viernes a última hora. Con pasos melancólicos y caras de cansancio, alzamos nuestros brazos con los borradores en las manos y eliminamos todo lo escrito. Frases que parecen doler cada día más, aunque siempre digan lo mismo.

ÉRIKA, NATALIA, One Direction son unos maricones.

A decir verdad, hoy no se han esmerado mucho. Otras veces los insultos han sido más, y han ocupado por completo la pizarra. Cuando terminamos, nos colgamos las mochilas y salimos al pasillo. Alicia nos espera para abrazarnos mientras la profesora cierra la puerta y como siempre, sin decir nada, se va.
-Siempre igual- Dice Natalia.
-Siempre. Todo porque somos Directioners.- Dice Alicia.
-¡Por que somos Directioners! ¡Joder!- Recalco yo, enfadada. Bajamos las escaleras corriendo, queriendo salir de allí, aunque los pasillos permanecen vacíos y en silencio.
-Todos los días durante 4 años.- Continúa Alicia.- Esta es la sociedad: por ser Directioner y tener ídolos te insultan y te pegan, pero si eres una guarra que el sábado se emborracha y enseña lo que sea a todos, te respetan y te buscan.
-Exactamente eso. ¿No nos pueden dejar en paz? No digo que les amen, ni que les gusten, digo que respeten, que no nos hagan la vida imposible por esta gilipollez.
-Podrían madurar de una vez. Cuando teníamos 14 años empezaron, y ahora que tenemos 17 mírales.
-Y siempre son los mismos, Nat- Le digo a Natalia. Así es como la llamamos.
-Pues sí. Pero ya sabéis, joder, la cabeza bien alta, y a ser fuerte...
-Ya lo sabemos- Concluye Alicia.
El sol se nos pega en la piel y la mochila cada vez nos pesa más en nuestras vueltas a casa. Nat se aparta su larguísimo pelo castaño y se lo echa en un hombro. Alicia se hace aire en el rostro.
-Por eso quiero irme de aquí- Hablo, aunque no quería decir eso. No quería volver a sacar este puto tema.- Mañana cumplo 18 años.
-¿Sigues con eso?
-Claro que sigo con eso. Y quiero que os vengáis.
-Érika- Alicia pronuncia mi nombre con tanta claridad y tanta fuerza que me da miedo lo grande que pueda ser su enfado- Nuestros padres ya nos han organizado todo para ir a la universidad.
-¿Y?
-¿Cómo que "y"? La crisis va a acabar con nosotros, y a no ser que tengamos estudios no vamos a conseguir trabajo nunca.
-Estudiad allí, conmigo.
-Tu tendrás dinero para eso, pero nosotras no. Y no creo que tu familia quiera pagarnos los estudios.
-¿Nat, y tú que dices?
-Alicia tiene razón, tía...Pero si ves que puedes hacerlo, vete. Amy te cuidará genial.
-¡No puedes irte, no puedes dejarnos solas en este antro de mierda!- Alicia grita en mitad de la vacía y solitaria calle. Su voz se hace eco.
-¡Por eso quiero que os vengáis!
-¿Cómo te repetimos otra vez que no podemos?
-Haré todo lo posible. Lo juro.- Digo, abriendo la puerta de mi casa.
-Érika, si quieres irte, no nos vamos a enfadar por eso. Tienes 18 años y todo el derecho del mundo a elegir la vida que quieras- Dice Nat, mirando a Alicia para que asienta. Pero ella no lo hace, simplemente cambia de tema.
-Bueno, eso de que tienes 18 es mañana. ¿Que vamos a hacer para celebrarlo?
-Ya se me ocurrirá algo. Luego os llamo- Les sonrío saludando con la mano y cierro la puerta.
Como de costumbre, dejo la mochila sobre el sofá de la entrada, me hago una coleta alta que libere a mi cuello y nuca del calor y llamo a mi padre y a mi madre, aunque nunca están en casa a estas horas.
-¿Papá? ¿Mamá?
Nada, ni una mosca. Hay una nota en el frigorífico escrita con la extraña letra de mi madre diciendo que pida algo de comer o me saque lo que sea de la nevera. Si no fuera por mis años de práctica leyendo la letra de mi madre, no la entendería. A veces creo que mi padre y yo somos los únicos que conseguimos leerla. ¿Será verdad eso de que los médicos tienes todos la letra horrible?
Me tumbo en el gran sofá verde y extiendo los brazos sobre él, ya que está fresquito. Una imagen feliz se pasa por mi cabeza y casi incoscientemente la llamo:
-¿Amy?
Me la imagino a ella hace dos años, apareciendo por la puerta del patio. Siempre estaba allí los días cercanos al verano, disfrutando del sol en su piel blanca. Ella sabe hacer de hermana mayor mejor que nadie, porque nunca ha llegado a ser una madre. Siempre ha sido como una mejor amiga, un diario de secretos viviente y sobretodo una belleza. Echo de menos mirar directamente a sus ojos y jugar a mantener la mirada. Siempre ganaba yo, porque podía quedarme horas mirando sus ojos verdes esmeralda que acaban en un filo azul cerca de la pupila y que a veces, en el sol, tienen destellos naranjas. Son hermosos y  extraordinarios. También añoro hacerle peinados en su largo pelo pelirrojo natural, de un naranja relajado con a veces reflejos rubios. Recuerdo que no le gustaban sus pecas, aunque tiene pocas y y le hacen parecer más adorable aún. Amy es una belleza, una chica única, una diosa de sonrisa perfecta. Nadie diría que venimos de los mismos padres.
En lo único que somos iguales es en la personalidad. En eso somos gemelas, más que hermanas. Alegres con quien queremos, bordes con casi todo el mundo hasta que entramos en confianza, pesimistas con rayos de esperanza en la desesperación... Iguales, pero solo en eso.
Ella es la típica inglesa de piel de cristal y pasos delicados. Yo soy... normal. Pelo castaño claro. Ojos marrones, pero un marrón feo y oscuro que no me gusta nada. Me gustan mis pestañas, eso sí. Son larguísimas. Y mi cuerpo, bueno, no está mal. Amy siempre se quejaba de que no tiene pecho y se decía así misma "tabla de planchar". Yo, en cambio, estoy bien dotada de eso.
-¡Dame unas pocas, avariciosa!- Me decía siempre en broma.
Mi pelo es largo, muy largo. Eso es otra cosa en la que nos parecemos: nuestro pelo. Aunque claro, el bonito naranja de destellos rubios que ella tiene es inimitable.
Estas grandes diferencias se deben a que nuestros padres son de nacionalidad distinta. Nuestro padre es español, andalúz más concrétamente. Nuestra madre es inglesa, de Londres. Se conocieron en un bar cuando mi madre estaba estudiando medicina y mi padre obtuvo una beca. Él ahora es arquitecto, y ella médica. Se conocieron, se casaron, y cuando Amy iba a nacer decidieron venirse de nuevo a España, ya que el pueblo de mi padre, es decir, este en el que vivo, es más tranquilo, más natural, menos ajetreado...
¿Cómo se les ocurrió hacer eso? ¿Eh? ¡¿Eh?! ¡Iba a nacer en Londres! Llevo desde que era pequeña soñando con vivir allí como hace Amy. Desde que empecé a tener uso de razón, desde que mis ojos observaron todas las fotos de los libros, desde que empecé a leer sobre el lugar del que debería proceder...
Amy vive en Londres desde hace dos años, trabajando como bailarina en una academia. Es la profesora de baile de los chicos de mi edad, pero también tiene su propia compañía. Bueno, no es que sea suya, es que forma parte de ella. Empezó a bailar desde muy pequeña, y como mi familia siempre ha tenido dinero ha ido a las mejores academias desde.... siempre, desde siempre. La descubrieron y le dieron la oportunidad de vivir allí... Ella estaba deseando volver a Londres. Solo había pasado dos años de su vida allí, y según ella, no conoce la ciudad, no se acuerda de casi nada. Recuerdo que las dos buscábamos fotos para colgarlas en la pared de nuestras habitaciones. Por eso, cuando mis padres quisieron vaciar su habitación para utilizarla como despacho, me negué a que quitasen las fotos. Al final no pude con la pelea y me las llevé a mi habitación, así que puedes viajar por cada esquina de Londres con solo entrar en ella.
Lo que siempre hacía después de hablar con Amy de como nos ha ido el día, era ir a la habitación de nuestros padres y buscar el que es posiblemente el papel más importante que ha pasado y que va a pasar por nuestras manos. Ahora lo hago yo sola, claro.
Corro hacia la habitación, cruzando el largo pasillo principal. La de mis padres está más o menos a la mitad, entre la de Amy y el despacho de mi madre. Abro aferrando mi mano fuertemente al pomo dorado, que transmite un fresquito parecido al de sofá. Tengo una calor enorme.
Al entrar te encuentras con una enorme cama llena de cojines decorativos que mi padre siempre ha odiado, ya que dice que son muy molestos para hacer y deshacer la cama. Una gran ventana que casi siempre irradia luz, un armario dividido en dos mitades, un espejo de cuerpo entero y una mesita de noche muy moderna que rodea a la cama por la mitad, haciendo que ambos puedan poner sus pertenencias.
Me agacho y busco con la mano los cajones que hay bajo la cama. El de color azul es el de mi madre. Lo abro y saco cuatro carpetas grises llenas de folios a reventar, pero todas bien ordenadas. En ellas están guardadas todos los pacientes más graves, o los que mi madre debe visitar con más frecuencia. Abro una de ellas, y ya de tantos años haciéndolo, hay un pequeño hueco que me indica que ahí está la funda que busco. De ella saco el papel y como siempre, me acomodo en el suelo y lo leo palabra a palabra. Después me lo acerco al pecho, al sitio del corazón, y cierro los ojos como si pudiese sentir a esa persona a mi lado, como si fuese él quién me abraza y nota el pulso que transmite mi corazón nervioso.

En ese papel están los datos personales de el mismísimo Liam James Payne Smith.